Contra la
deudacracia: en memoria de Frederick Soddy
Por Joan Martínez Alier
(*)
La economía está compuesta de tres niveles,
como un edificio de tres pisos. Arriba está el ático y sobreático, un lujoso
penthouse lujosamente amueblado, con salones de ruleta y baccarat,
donde se anotan y negocian las deudas que durante un tiempo pueden crecer
exponencialmente. Los habitantes de este piso quieren mandar en todo el
edificio, imponiendo la
deudacracia. El ronroneo de la sala de computadoras señala cómo las deudas van multiplicándose a interés compuesto. Pero no todos los deudores resultan ser solventes, algunos envían mensajes desde el piso inferior declarándose en quiebra. Entonces, de la azotea llena de antenas y con un helipuerto, de vez en cuando salta un suicida banquero acreedor o incluso un desesperado ministro de Hacienda a quien no le cuadra el presupuesto.
En medio, está un piso enorme con mucha gente atareada, que
parece ser el principal ya que contiene la llamada economía productiva o
economía real, donde empresas privadas o públicas producen bienes y servicios,
donde se aglomeran los consumidores ansiosos, una mezcla de gran fábrica de
automóviles y de enseres domésticos, de solar en construcción y de ruidosos
grandes almacenes en época de rebajas.
Nótese que los economistas le llaman a
eso la economía productiva o economía real, olvidando el piso inferior, la
economía
real-real, la sala de máquinas, la entrada y el depósito del carbón y otros materiales, y el sucio depósito de la basura.
Ese sótano
proporciona energía y materiales al edificio y también sirve de sumidero. La
porquería se filtra al acuífero. No importa, dicen, lo solucionamos añadiendo
otro departamento a la economía productiva del primer piso: el de depuración de
agua. Si se escapa demasiado dióxido de carbono tampoco importa, le añadimos al
primer piso un negocio de plantaciones de eucaliptos (que se chupan el agua y
eliminan biodiversidad) como
sumideros de carbono.
Compraventa de
servicios ambientales. Antes de la crisis de 2008-2009 no solo las finanzas se
habían desbocado en muchos países tirando de la llamada economía productiva en
direcciones equivocadas, inútiles e imposibles (en España, infraestructuras
excesivas y 2 millones de nuevas viviendas endeudadas y sin comprador), sino que
los sectores productivos se olvidaron de la sala de máquinas hasta que el
aumento brutal de precios de alimentos y del petróleo en la primera mitad de
2008 les despertó de su sueño metafísico. Pero es que incluso esos altos precios
no señalan lo bastante la escasez y costos de las materias primas a largo plazo.
No hay límites efectivos a la producción de gases con efecto invernadero y no se
paga nada por la destrucción de biodiversidad.
La búsqueda de otras energías
ha llevado a absurdos tales como las cincuenta centrales nucleares ahora
apagadas en Japón tras la catástrofe de Fukushima, los campos de jatropha
curcas (piñón) para combustible en países africanos o la India, que
compiten por el agua y la comida, las represas hidroeléctricas que a veces
desplazan poblaciones al tiempo que reciben
créditos de carbonoen mecanismos de
desarrollo limpio.
Frederick Soddy es un héroe de la
economía ecológica. Ganó el Premio Nobel de Química como experto en
radioactividad y era profesor en Oxford. En 1920 le dio por escribir de
economía, distinguiendo entre la riqueza
virtualde las deudas y la riqueza real, pero efímera, proporcionada por la energía de los combustibles fósiles. Herman Daly coincide con él al proponer que el sistema bancario no pueda aumentar el crédito de manera desbocada y al limitar también las deudas públicas.
Resulta fácil, escribió Soddy, que el sistema financiero haga
crecer las deudas (privadas y públicas) e imaginar entonces que esa expansión
del crédito, esa riqueza virtual, equivale a la creación de riqueza verdadera.
Sin embargo, en el sistema económico industrial, el crecimiento de la producción
y del consumo implica a la vez el crecimiento de la extracción (y la quema) de
los stocks de combustibles fósiles. Más crecimiento económico, más
consumo de carbón, petróleo o gas.
Esa energía no puede ser reciclada. En
cambio la energía del sol (que también se disipa, pero cuyo flujo durará
muchísimo tiempo) es riqueza permanente para la humanidad. La contabilidad
económica es falsa porque confunde el agotamiento de stocks y el
aumento de entropía con la creación de riqueza.
La obligación de pagar deudas
a interés compuesto se podía cumplir apretando a los deudores durante un tiempo,
o mediante la inflación, que devalúa el dinero. Una tercera vía era el
crecimiento económico que, no obstante, estaba falsamente medido porque se basa
en stocks agotables y en una contaminación sin costo económico. Esa era
la doctrina de Soddy, muy pertinente en la actualidad.
(*)
ICTA-Universitat Autònoma de Barcelona
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