sábado, 25 de agosto de 2012

IMPRESIONES CAJAMARQUINAS
 
 
 
Por Wilfredo Ardito Vega

-¡Cúidate! –era la frase que más me repetían mis amigos cuando sabían que estaba viajando a Cajamarca, como si me estuviera dirigiendo a una región en guerra.

Pese a todas las advertencias, encontré una ciudad muy tranquila y apacible. De hecho, regresando después de tres años, me pareció más bella que nunca. Las majestuosas casonas lucían muy bien pintadas, con ocasionales carteles muy discretos, a diferencia de los chillones letreros en inglés que arruinan el panorama en Cusco o Arequipa. De noche, la especial iluminación resaltaba el recargado barroco de la Catedral, San Francisco y el complejo Belén. En este último caso, por primera vez pude ingresar a la iglesia y quedarme extasiado con una cúpula llena de cariátides, única en el mundo.

Subí hasta el cerro Santa Apolonia, desde el cual se divisa toda Cajamarca. Había allí muchos excursionistas y estaban también repletos los restaurantes tradicionales como el Salas o el Zarco, donde me reencontré con el riñón saltado, aproveché el consejo de probar el chupe verde y me aventuré con los sesos a la romana.

En la Plaza de Armas, por momentos vi tres o cuatro policías, que no llevaban ni cascos ni escudos, como se ve en la plaza de Lima. No había mayor resguardo policial ante la Municipalidad, la Corte Superior o algún otro edificio público. Debo precisar que, días antes de mi llegada, el Ministerio del Interior había removido al coronel Jaime Gonzales Cieza bajo cuya gestión la policía cometió terribles abusos contra la población.
 
Sin embargo, las heridas siguen abiertas... literalmente. En el atrio de la iglesia de San Francisco, varias personas organizaban la rifa de un becerro, para cubrir los gastos de la operación de dos campesinos heridos en Celendín. Me informaron que intentaban también ayudar a Elmer Campos, quien desde noviembre quedó parapléjico a consecuencias de los disparos de la policía.
-Ahora él ya se puede sentar –me explicó una profesora –pero tiene que ser otra vez operado, no sabemos si en Lima o en el extranjero.

Me mostraron una carta, supuestamente escrita desde el cielo por César Medina, el chico de 16 años muerto por la policía el 3 de julio, que invocaba a la paz y la solidaridad con las víctimas.

-Es una curiosa forma de recordarlo –comenté.

-Era mi hermano –me dijo entonces una niña delgada unos doce o trece años y yo me quedé sin habla.

No sabía qué decirle respecto a por qué César había tenido una muerte tan absurda e injusta, que tantas personas han ignorado o preferido ignorar.
 
Pese a todo, notaba a ella y a las demás personas en la iglesia bastante tranquilas, ocupadas mas bien en las tareas que tenían que enfrentar. Me pareció que la fe religiosa les permitía sobreponerse y le daba un sentido especial a lo ocurrido. De hecho, me pareció que muchos campesinos sentían que las lagunas eran un regalo de Dios y, por lo tanto, el proyecto Conga era casi un sacrilegio. Ante esta convicción, de nada sirven ni la expectativa de beneficios económicos ni las amenazas.

Durante esos días pude conversar con cajamarquinos que venían de lugares muy distantes, como los awajún de San Ignacio, quienes tienen un largo enfrentamiento con una empresa minera. Mucho más cerca, en Bambamarca, los ríos han quedado deteriorados permanentemente por la minería informal.
 
Supe también que las Municipalidades Provinciales de Santa Cruz y San Ignacio han promovido Ordenanzas para declarar intangibles las cabeceras de cuenca, pero el Ministerio de Energía y Minas ignora estas decisiones, profundizando los conflictos. Por ello, el descontento de la población va más allá de lo que puedan promover el Presidente Regional Gregorio Santos o Wilfredo Saavedra.

Mi impresión también es que los medios de comunicación limeños han generado una estigmatización de la población cajamarquina, como en décadas pasadas ocurrió con los ayacuchanos, mostrándolos como seres violentos e irracionales. El efecto más negativo de esto es que el Presidente del Poder Judicial, César San Martín, promulgó en mayo la Resolución 096-2012-CE-PJ, por la cual los delitos vinculados a los conflictos sociales deberán ser juzgados en Chiclayo, como si la condición de cajamarquino fuera una traba mental para que un magistrado o un fiscal puedan desempeñar su rol.

Gracias a esta decisión, las investigaciones fiscales por las muertes de César Medina, Eleuterio García, José Faustino Silva, José Antonio Sánchez y Joselito Vásquez se encuentran paralizadas. En la misma situación se encuentran las denuncias penales contra el coronel Gutiérrez y los demás responsables de los abusos policiales.

Probablemente, Ollanta Humala, Juan Jiménez o César San Martín deberían visitar Cajamarca. Encontrarían una tierra predominantemente pacífica, donde las únicas muertes fueron causadas por los policías que envió el gobierno. Quizás esto les comprometería para que el Estado asuma los gastos de la curación y rehabilitación de los heridos y, en el caso de San Martín, para ser coherente con su trayectoria de defensa de los derechos humanos, debería derogar la Resolución 096, que tanto daño viene haciendo a la búsqueda de la justicia.
 

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